lunes, 31 de enero de 2011

La tortuga y el mar

En una tortuguita que vivía en el fondo del mar. En una lejana isla, vivió hace muchos años un pescador con su hijo Laszlo. Su única riqueza consistía en una pequeña barca y una red para pescar. El producto de la pesca lo vendían, y así podían atender a sus necesidades. Pero había días en que echaban la red al mar y la sacaban vacía. Sucedió un día que Laszlo, al dirigirse a su casa, vio a un grupo que golpeaban brutalmente a una pobre tortuga. Laszlo, que era un niño muy bondadoso, se dirigió a los que tenían apresado a el animalito y enojado les dijo: Sois malos, y Dios os castigará si hacéis eso. La tortuga miró a Laszlo con los sus ojillos saltones, y esté la cogió entre sus brazos, alejándola de aquellos lugares. Siempre con la tortuga, recorrió Laszlo el camino que llegaba hasta la playa, y una vez allí la dejó en libertad, a la orilla del mar, y con asombro vio que la tortuga se alejaba poco a poco, siempre en dirección al mar, no sin antes volver la cabeza para despedirse de él, y al final desapareció entre las aguas. Pasó mucho tiempo desde ese día. Enfermó el padre de Laszlo y el muchacho tuvo que ir a pescar solo. Ten cuidado, hijo mío le dijo al padre. Eres áun muy joven para ir sin mi. No tengas miedo, padre. Quédate tranquilo. Nada malo me ocurrirá. Y ya verás como traeré buena pesca. Cuando Laszlo llegó a la playa, empujó la barca hacia el agua y, subiendo a ella, remó mar a dentro. Cuando ya casi no veía la orilla echó la red al agua y, al cabo de un buen rato, intentó sacarla. ¡Oh, qué sorpresa, amiguitos míos! ¿Sabéis lo qué había dentro de la red? Pues ni más ni menos que la misma tortuguita que un día Laszlo salvó de los golpes de unos niños. ¡Hola, Laszlo! Le habló la tortuguita. Mira, he sabido que tu casa os halláis en un apuro, y como fuiste muy bondadoso conmigo, quiero premiarte. Tengo poder para concederte lo que tú quieras. Dime, ¿qué es lo que más deseas? Pues, yo... verás dijo Laszlo con voz temblorosa. Mi padre está enfermo porque ve que muchos días no hacemos buena pesca y esto lo entristece. Yo quisiera, ¿sabes? Tener todos los días la red llena de peces que luego venderíamos, y así no faltaría nada a mi padre y se pondría bueno. Así será, así será repitió el animalito. Y hoy, la pesca será extraordinaria y única. Anda, apresúrate, echa de nuevo la red al mar. Así lo hizo Laszlo, y al cabo de un poco rato quiso sacarla ha la superficie. Pero ¡cuánto pesaba ese día! Al final, la red estuvo sobre la barca y ¡ah, queridos niños!, ¡si hubiérais visto qué pececitos!¡Qué maravilla! Eran de oro. Laszlo creía estar soñando. Tortuguita le dijo: tienes aquí una fortuna. En nombre del Hada del Mar te la doy como recompensa. Ven a pescar cada día. Los peces no serán de oro como hoy, pero podrás venderlos y nada os faltará. Muchas gracias, buena tortuguita le dijo Laszlo. Y dos lágrimas de agradecimiento cayeron sobre uno de los pececitos de oro que había dentro de la red. El pececito, que hasta entonces había permanecido inmóvil, empezó a mover la colita con graciosos movimientos y, ¡asombráos!, al instante el pececito se convirtió en una hermosísima jovencita de largos cabellos dorados y ojos verdes como las esmeraldas. La tortuga elevó sus ojos hacía el muchacho: con tus lágrimas has hecho el milagro que todos esperábamos desce hacía mucho tiempo. Esta es la princesa Krishna a quien un hada mala encantó, transformandola en pececito de oro, y sólo podían devolverla a su primitivo estado de lágrimas de un niño bueno que cayeron sobre ella. Krishna sonrió a Laszlo y le cogió de la mano y los dos miraron como la tortuga desaperecía de nuevo entre las aguas. Laszlo creía que todo era un sueño. Pero no, no. Todo era verdad. Aquellas eran las mismas rocas de siempre que se adentraban en el mar, la misma isla, el mismo sol. Y a su lado estaba Krishna. Laszlo acudió a su casa con la princesita y le explicó a su padre la fantástica aventura. Con el tiempo, Laszlo se acabó con Krishna, y los dos vivieron junto al padre de Laszlo, en buena armonía y muy felices, y todo ello gracias a una tortuguita que vivía en el fondo del mar.

La tonta Petronila

En un colegio entró una vez una niña nueva llamada Petronila. A Petronila no le gustaba estudiar y siempre estaba distraída; por esos sus compañeros le dieron el nombre de “la tonta Petronila”. Petronila tenía el aspecto de ser una niña muy buena a pesar de ser tan desaplicada; pero en realidad era muy traviesa. A los dos días de estar en el colegio, puso alfileres en la silla de la maestra y ésta, al sentarse, dio un bota que por poco llega al techo. Otro día cogió un ratón, lo llevó a la escuela y lo dejó suelto en la clase, y ya se pudo imaginar el barullo que se armó. Otra vez cosió las faldas de unas cuantas niñas que estaban dando la lección. Cuando quisieron irse cada una por su lado, se armó un gran revuelto; incluso una cayó y se hizo un chichón en la frente. Pero Petronila no se entristeció por el daño causado, sino que se divirtió muchísimo y como todo le salía bien, sus diabluras no se acababan. Las niñas corrían de un lado a otro muy asustadas. La maestra encima de la silla gritaba: ¡Socorro! ¡Un ratón! Como ponía siempre carita de ángel sus travesuras no se descubrían y nadie la castigaba, y así Petronila nunca se corregía.

LA ZORRA Y LA CIGÜÑA

Se cuenta que, en cierta ocasión, huna zorra y una cigüeña que llegaron a hacerse muy amigas. Cuando por azar se encontraban en sus correrías, jamás olvidaban saludarse cortéstamente y preguntarse por la salud de sus respectivas familias. Al despedirse, la cigüeña movía ceremoniosa el largo cuello y las grandes alas, y la zorra agitaba su hermosa cola como si fuera una bandera. Un día la zorra le dijo a la cigüeña. Pienso que nuestra gran amistad merece celebrarse con algo más que conversaciones y saludos. ¿Qué te parece si un día te vienes a comer conmigo a mi casa? Con mucho gusto aceptaría replicó complacida la cigüeña pero están los tiempos muy difíciles y no quisiera hacerte correr con los gastos de un convite. Grande es tu discreción y prudencia exclamó zalmera la zorra, pero no soy mala cazadora y tengo mi despensa lo suficiente provista para darme el gusto de compartir parte de mi comida con tan excelente amiga. Siendo así accedió la cigüeña muy hueca y satisfecha, aceptaré gustosa. Pero sólo con la condición de que otro día seas tú mi invitada. Y en ellos convinieron los dos. Llegó el día del convite y la cigüeña, con todas sus plumas muy compuestas, se dirigió a casa de su amiga, la zorra. La acogió ésta con grandes extremos de afecto y la hizo pasar al comedor. Todo hubiera salido espléndidamente de no ser que la zorra era muy aficionada a las burlas y se había propuesto divertirse a expensas de la cigüeña. Y a la hora de servir la comida, presentó un apetitoso y subtancioso caldillo en una fuente amplia y llana. No podía la cigüeña, con su largo pico, comer tan líquido alimento; mas sí la zorra, que se zampaba el caldo con grandes lametones a tiempo que decía a su burladora amiga: come sin cortedad, señora cigüeña, que he puesto todo mi esmero en el guiso. La cigüeña, que era tan larga de ingenio como de pico y patas, disimuló su enojo. Se despidió como persona satisfecha y recordó a la zorra que estaba invitada a comer en su casa. También la zorra, cuando llegó el turno, se acicaló, peinó su larga cola y engomó sus bigotes, alegrándose por anticipado ante el banquete y con que obsequiarla la inocente cigüeña, que ni siquiera se había percatado de su burla. Entra, entra, amiga zorra dijo muy melosa la cigüeña, y disponte a saborear el más exquisito guiso de renacuajos que hayas probado en tu vida. Yo misma los he pescado esta mañana y están preparados según la receta que es secreto de la familia. Se relamió de gusto la zorra ante la opípara perspectiva. Pero el contenido le duró poco, porque el picadillo de renacuajos tiernecitos estaba en el fondo de un jarrón de largo y estrecho cuello, al que fácilmente llegaba el prolongado pico de la cigüeña, mas no el corto hocico de la zorra. Calicaída se marchó la zorra. Y desde entonces, cuando la cigüeña se cruzaba con ella, sin detener el vuelo, le gritaba castañeteando muy fuerte con el pico: ¡Qué, amiga zorra! ¡Cuándo deseas que repitamos el convite?

jueves, 20 de enero de 2011

La tonta Petronila

En un colegio entró una vez una niña nueva llamada Petronila. A Petronila no le gustaba estudiar y siempre estaba distraída; por esos sus compañeros le dieron el nombre de “la tonta Petronila”. Petronila tenía el aspecto de ser una niña muy buena a pesar de ser tan desaplicada; pero en realidad era muy traviesa. A los dos días de estar en el colegio, puso alfileres en la silla de la maestra y ésta, al sentarse, dio un bota que por poco llega al techo. Otro día cogió un ratón, lo llevó a la escuela y lo dejó suelto en la clase, y ya se pudo imaginar el barullo que se armó. Otra vez cosió las faldas de unas cuantas niñas que estaban dando la lección. Cuando quisieron irse cada una por su lado, se armó un gran revuelto; incluso una cayó y se hizo un chichón en la frente. Pero Petronila no se entristeció por el daño causado, sino que se divirtió muchísimo y como todo le salía bien, sus diabluras no se acababan. Las niñas corrían de un lado a otro muy asustadas. La maestra encima de la silla gritaba: ¡Socorro! ¡Un ratón! Como ponía siempre carita de ángel sus travesuras no se descubrían y nadie la castigaba, y así Petronila nunca se corregía. En cierta ocasión en que visitó la escuela un inspector, hizo explotar un petardo. El susto fue muy grande y el inspector y la maestra se enfadaron muchísimo. La maestra dijo: Esto no puede continuar. Hay que acabar con tantas travesuras. Un día descubriremos a la culpable y recibirá un castigo severísimo. Petronila no creía que eso pudiese ocurrir. ¿Quién iba a sospechar de ella y de su carita inocente? Y mientras fingía estudiar la lección, su cabeza pensaba en nuevas diabluras. Pero todo tiene su fin. Un día Petronila entró en una tienda, cogió una bolsa de caramelos y se fue corriendo. La vendedora la siguió y entró en el colegio para quejarse a la maestra. Petronila negó haber quitado los caramelos pero se los encontraron en el bolsillo. La maestra la riñó muchísimo y la castigó a estar un mes sin recreo. Todos los malos hallan al fin su castigo dijo la maestra. Petronila escarmentó y, en adelante, fue más lista y más buena.

martes, 18 de enero de 2011

¡No mires Miranda! ¡es una sorpresa!

Miranda mira y mira en el calendario de la cocina. Tacha los días que van pasando, ya falta poco para sus cumpleaños. A Miranda le encantan la fiestas, las guirnaldas y los globos de colores. Y, sobre todo, le gusta compartirlos con sus amigos: Pablo, Alexia, Sonia, Felipe, Marcia y Manuel. ¿Puedo invitar a todos mis amigos? preguntó miranda mientras abría un cuaderno. Sí le contestó su mamá, sonriendo. Sacó un lapiz y comenzó a anotar. La lista de invitados fue la primera en preparar. Finalmente, llegó el día tan esperado. Miranda se vistió con su ropa de cumpleaños y se sentó a esperar a sus invitados. ¡Qué contenta se puso al verlos llegar! Miranda los saludaba mientras abría los regalos. ¡Miranda! ¡Miranda! ¡Ven aquí con nosotros! llamaban los niños, alborotados. Comieron, bailaron y saltaron, rieron, gritaron y cantaron como hacen los niños en su cumpleaños. Más tardes las luces de la sala se apagaron... La mamá le cubrió los ojos y le susurró al oído despacio: No mires, Miranda, es una sorpresa... ¿Sorpresa? ¿Qué sorpresa? preguntó la pequeña, tratando de espiar. ¡Abre tus ojos, ya puedes mirar! exclamó su papá. En medio de la sala, había un enorme pastel y una caja muy grande, con un lazo gigante. Miranda corrió a abrirla. ¡Y adivinen ustedes con qué se encontró! Un perrito con lunares color marrón. Miranda lo abrazó y lo llamó Sorpresa. El perrito, alegre, una lamida en la nariz le regaló. Todos rieron y festejaron y la fiesta continuó. Los niños aplaudían,y cantaban la canció de cumpleaños. Miranda cerró los ojos, sopló muy fuerte y pensó: "¡Qué linda la fiesta que me regalaron hoy! El día llegó a su fin, el cumpleaños terminó y, esa noche, Miranda con Sorpresa a su lado se durmió.

El escarabajo encuentra un atajo

Llegaron sus vacaciones, con sus gafas de sol y su ropa de playa. El escarabajo comienza, despacito, un largo camino para llegar al mar.Con gran esfuerzo, sube y baja entre montañas de arena y largos pastos. Una enorme botella en su camino se ha cruzado. ¡Sorpresa, sorpresa! ¿Qué habrá dentro de ella? Parece que hay un papel enrollado.El escarabajo lo estira, lo lee y salta emocionado. ¡Es un mapa con un atajo para llegar al mar! Por un tunel debe entrar, y luego, avanzar y avanzar "¡Que suerte la mía! ¡Viva! ¡Viva!" Y silbando y cantando se adentra en la oscuridad. Alo lejos ve una luz muy brillante. ¡Es el sol! ¡Es el sol! El escarabajo ya no está más cabizbajo pues ha llegado donde quertía llegar. Luego de su larga faena estira la toalla sobre la arena. ¡Es hora de disfrutar!

¿Qué sueña Eugenia?

Eugenia abre los ojos, bosteza y suspira. Sonríe y continua su paseo por la vida. Pero al rato de andar entre las rocas y capullos de alelí sus ojos se volvieron a cerrar y soñó con sitios muy alejados de aquí. Desde lo alto de una torre, Eugenia pudo admirar una hermosa ciudad. Luego, aprovechando una hoja que el viento arrastraba, Eugenia voló hacia otro lugar. Sobre la hoja llegó a un desierto, donde lo más difícil fue aterrizar. La hoja se deslizó lento, muy lento, por un extraño tobogán. Más tarde se alarmó con las campanadas de un reloj. "¿Qué hora es?", preguntó. Y del susto que se pegó los ojos grandes, bien grandes abrió. Corriendo Eugenia partió y hasta donde estaban sus amigos agotada llegó. ¡Eugenia, Eugenia! ¿Dónde has estado? ¡Estabamos esperandote muy preocupados! Eugenia, aún agitada, sonrió diciendo: Vengo desde muy lejos, por eso necesito descansar un poquito. Entonces Eugenia, despacito,despacito, se fue acurrucando en su silloncito.
Porque es hora de descansar y Eugenia desea que la acompañes a soñar, así cuando despiertes tú me contarás por dónde has ido y por adónde irás.

Este sapo no es de trapo

Miran las niñas, asustadas, con ojos desorbitados. Pedro las asusta con el sapo que ha encontrado.
Ellas corren y gritan pues los sapos no son de su agrado. Pedro y el sapo se rien sin parar. Pero un día sucedió lo que nadie imaginó. Una niña enamorada creyó que el sapo era su príncipe encantado. Y una tarde, entre risas y gritos desordenados, mientras Pedro no miraba, la niña se acercó y al sapo en la cabeza besó. ¿Adivinen qué pasó? ¡La niña en rana se transformó! Y entonces, la rana y el sapo se fueron alegres, saltando y saltando, tomados de la mano, muy juntos, juntitos, muy enamorados.

Tito y el mosquito

Gruñe Copito enojado pues un mosquito le ha picado. El mosquito huye, espantado, y llega zumbando hasta la casa de Tito. Pero ahora el que se asusta es Tito, que grita: ¡Ah!¡Aahh!¡Aahh! ¡Me ataca un mosquito! Llora el mosquito, desesperado. ¡Nadie me quiere... nadie me quiere! Muy afligido se queja el mosquito y muy sorprendidos se miran Tito y Copito. No llores le ladra Copito. Y Tito lo llama: ¡Mosquito, mosquito, ven aquí y conversamos un ratito! Ahora los tres se han reunido, Tito, Copito y el mosquito. Riendo y conversando, hablando y riendo amigos, muy amigos, se van haciendo.
¡Viva, viva! grita Tito contento. ¡Zum, zum! vuela el mosquito feliz. ¡Guau, guau ladra Copito sacudiendo la cola y moviendo la nariz. Y entre "bla, bla, bla" y "bla, bla, bla" todo es mas divertido ¡vamos a jugar!

La biblioteca

Cuando entro en una biblioteca lo único que encuentro son libros en estanterias. Os voy a contar, lo que paso un día. Era un día como todos los demás, era Miércoles. Por la tarde cuando fui a la biblioteca no me encontré libros, sino que me encontra un parque con bancos, una fuente, un tobogán y hasta un columpio. Yo no me lo podía creer, el centro más aburrido de la ciudad pasó a ser muy popular. Me quede pensando y pensé: ¿estará así la biblioteca por el deseo que pedí la noche anterior al ver una estrella fugaz? Yo intenté buscar a la bibliotecaria pero como ya no era una biblioteca sino un parque no la pude encontrar. A la mañana siguiente me desperté y me dí cuenta de que todo había sido un hermoso sueño. Y dije en voz baja: ojalá se cumpla ese sueño.

lunes, 17 de enero de 2011

Los secretos para cuidar el medio ambiente

Esto que os voy a contar es para que respetéis la naturaleza:

Cuando vayáis de campo y hagáis una hoguera acordaos siempre de apagarla.
Cuando comáis fuera de vuestra casa al aire libre llevaos una bolsa para echar los restos.
No cortéis los árboles para hacer la gracia porque sin las plantas no podemos respirar.


Bueno,me despido otro día os contaré más secretos para cuidar el medio ambiente.