lunes, 31 de enero de 2011

LA ZORRA Y LA CIGÜÑA

Se cuenta que, en cierta ocasión, huna zorra y una cigüeña que llegaron a hacerse muy amigas. Cuando por azar se encontraban en sus correrías, jamás olvidaban saludarse cortéstamente y preguntarse por la salud de sus respectivas familias. Al despedirse, la cigüeña movía ceremoniosa el largo cuello y las grandes alas, y la zorra agitaba su hermosa cola como si fuera una bandera. Un día la zorra le dijo a la cigüeña. Pienso que nuestra gran amistad merece celebrarse con algo más que conversaciones y saludos. ¿Qué te parece si un día te vienes a comer conmigo a mi casa? Con mucho gusto aceptaría replicó complacida la cigüeña pero están los tiempos muy difíciles y no quisiera hacerte correr con los gastos de un convite. Grande es tu discreción y prudencia exclamó zalmera la zorra, pero no soy mala cazadora y tengo mi despensa lo suficiente provista para darme el gusto de compartir parte de mi comida con tan excelente amiga. Siendo así accedió la cigüeña muy hueca y satisfecha, aceptaré gustosa. Pero sólo con la condición de que otro día seas tú mi invitada. Y en ellos convinieron los dos. Llegó el día del convite y la cigüeña, con todas sus plumas muy compuestas, se dirigió a casa de su amiga, la zorra. La acogió ésta con grandes extremos de afecto y la hizo pasar al comedor. Todo hubiera salido espléndidamente de no ser que la zorra era muy aficionada a las burlas y se había propuesto divertirse a expensas de la cigüeña. Y a la hora de servir la comida, presentó un apetitoso y subtancioso caldillo en una fuente amplia y llana. No podía la cigüeña, con su largo pico, comer tan líquido alimento; mas sí la zorra, que se zampaba el caldo con grandes lametones a tiempo que decía a su burladora amiga: come sin cortedad, señora cigüeña, que he puesto todo mi esmero en el guiso. La cigüeña, que era tan larga de ingenio como de pico y patas, disimuló su enojo. Se despidió como persona satisfecha y recordó a la zorra que estaba invitada a comer en su casa. También la zorra, cuando llegó el turno, se acicaló, peinó su larga cola y engomó sus bigotes, alegrándose por anticipado ante el banquete y con que obsequiarla la inocente cigüeña, que ni siquiera se había percatado de su burla. Entra, entra, amiga zorra dijo muy melosa la cigüeña, y disponte a saborear el más exquisito guiso de renacuajos que hayas probado en tu vida. Yo misma los he pescado esta mañana y están preparados según la receta que es secreto de la familia. Se relamió de gusto la zorra ante la opípara perspectiva. Pero el contenido le duró poco, porque el picadillo de renacuajos tiernecitos estaba en el fondo de un jarrón de largo y estrecho cuello, al que fácilmente llegaba el prolongado pico de la cigüeña, mas no el corto hocico de la zorra. Calicaída se marchó la zorra. Y desde entonces, cuando la cigüeña se cruzaba con ella, sin detener el vuelo, le gritaba castañeteando muy fuerte con el pico: ¡Qué, amiga zorra! ¡Cuándo deseas que repitamos el convite?

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